español

En una colina del país de Frigia vive un roble milenario y, a su lado, un tilo de la misma edad; ambos están rodeados de un viejo muro. Algunas coronas penden de las ramas de la ve­cina pareja y no lejos de ella un lago pantanoso extiende sus aguas encharcadas. Lo que en otros tiempos fue tierra habitada, es ahora mansión de somorgujos y garzas. Un día llegaron a aquella comarca Zeus y su hijo Hermes, provisto éste de su ca­duceo, pero no del alado casco. Habían adoptado la figura hu­mana para poner a prueba la hospitalidad de los hombres; por eso llamaron a mil puertas en demanda de cobijo para la noche; pero el carácter de los habitantes era duro y egoísta, y los celes­tiales no hallaron acogida en ninguna parte. Pero he aquí que una diminuta cabana se levantaba en el extremo del pueblo, baja y reducida, con tejado de paja y cañas. Sin embargo, en ella moraba un matrimonio feliz, el anciano Filemón y su esposa Baucis, de igual edad que él. Allí habían visto transcurrir juntos la alegre juventud y allí habían encanecido a un tiempo sus cabellos. No ocultaban su pobreza y soportaban con buen ánimo su mezquina suerte, contentos y apa­cibles, unidos por un amor sincero, aunque sin hijos, compartiendo solos la humilde choza. Al acercarse las altas figuras de los dioses a la pobre cabana y cruzar, agachando la cabeza, la baja puerta, salióles al encuentro, con un cordial saludo, la honrada pareja. El anciano les ofreció un asiento que Baucis se apresuró a cubrir con toscas telas. La viejecita corrió al hogar y revolviendo las tibias cenizas en busca de un rescoldo, amontonó maderitas y ramillas y soplando débilmente avivó la llama de entre la humareda. Trajo luego leña partida y la puso bajo el pequeño caldero que colgaba encima del fuego. Entretanto, Filemón había ido al bien regado huerto por unas berzas, que mi mujer deshojó diligentemente y, descolgando luego con una horquilla de doble púa un lomo de cerdo ahumado que pendía del ennegrecido techo del aposento (lomo que llevaban mucho tiempo guardando para alguna ocasión solemne), cortó un buen pedazo y lo echó en el agua hirviendo. Para que a los forasteros no se les hiciera larga la espera, esforzándose en entretenerlos con una charla inocente. Además vertieron agua en el barreño de madera para que sus huéspedes pudiesen refrescar los pies. Con amable sonrisa aceptaron los dioses lo que tan amorosamente se les ofrecía, y mientras descansaban sus pies en el agua, sus buenos anfitriones les preparaban el diván. Ocupaba éste el centro de la habitación; el colchón estaba relleno de juncos, las patas y el armazón eran de mimbre; pero Filemón trajo tapices que sólo para días de fiesta se reservaban —¡ay! también eran ya viejos y gastados, a pesar de lo cual los divi­nos huéspedes se sentaron gustosos sobre ellos para saborear la comida, ya preparada. Pues entonces la viejecita. arregazada y con mano temblorosa, colocó la mesa de tres pies delante del diván y, viendo que no se sostenía con la debida firmeza, introdujo un casco debajo de la pata corta; luego perfumó la tabla frotándola con hierba buena y sirvió los manjares. Había aceitunas, cerezas silvestres de otoño, confitadas en un jugo espeso y transparente; achicoria, remolacha, un queso rústico y huevos cocidos al rescoldo. Todo lo sirvió Baucis en vasijas de loza; trajo luego un pintado jarro de alfarería y un bien tallado vaso de madera de haya, alisado interiormente con cera amarilla. No era ni muy añejo ni demasiadamente dulce el vino que trajo el honesto anfitrión. A continuación vinieron del hogar las viandas calientes; las copas fueron retiradas con el fin de dejar sitio para el postre. Fueron servidas nueces, higos y dátiles pasos, dos cestitas con ciruelas y aromáticas manzanas, y no faltaron tampoco uvas de la purpúrea parra; destacábase en el centro un blanco panal de miel. Pero la mejor salsa de la comida fueron sin duda las caras hospitalarias y bondadosas de los excelentes viejos, en las que se reflejaban la liberalidad y el candor. Mientras todos se recreaban saboreando las viandas y las bebidas, Filemón observó que, a pesar de que se llenaban una y otra vez las copas, el jarro nunca se vaciaba y el vino llegaba en todo momento hasta el borde. Entonces comprendió, con pasmo y sobresalto, a quiénes albergaba. Lleno de angustia, él y su anciana compañera rogaron a sus huéspedes, con los brazos levantados y bajada humildemente la mirada, que considerasen con benignidad aquel pobre convite y no se ofendieran por lo defectuoso del acogimiento. ¡Ah!, ¿qué podían ofrecer a los celestiales huéspedes? Pero, ¡sí! Fuera, en el pequeño corral, tienen una oca, la única; la sacrificarán en seguida. Salen ambos corriendo, pero el animal es más ligero que ellos; con chillidos y aletazos escapa al jadeante viejo, forzándole a correr en todas direcciones, hasta que por fin se mete en la casa y va a refugiarse detrás de los forasteros, como pidiéndoles protección. Y la protección le fue concedida; los invitados, saliendo al paso del celo de los ancianos, dijéronles con labios sonrientes: —¡Somos dioses! Para probar los sentimientos hospitalarios de los humanos descendimos a la Tierra. Vuestros vecinos se mostraron desalmados y no escaparán al castigo; en cuanto a vosotros, dejad esta casa y seguidnos a lo alto de la montaña, para no sufrir sin culpa la sanción que aguarda a los culpables. Los viejos obedecieron; apoyándose en sus bastones, emprendieron penosamente la subida del empinado monte. Faltábales aún un tiro de flecha para llegar a la cúspide, cuando, volviendo atrás los ojos, vieron toda la campiña convertida en un mar tumultuoso; de entre todos los edificios, sólo su casita emergía aún. Mientras contemplaban atónitos aquel espectáculo, deplo­rando la suerte de los demás, he aquí que la pobre y vieja ca­bana se transformó de pronto en un esbelto templo; sostenido sobre columnas, brillaba la dorada techumbre y el suelo era de mármol. Entonces Zeus dirigióse con semblante bondadoso a los viejos, que temblaban, y les dijo: —Decidme, tú, probo anciano, y tú, su digna esposa, ¿cuál es vuestro mayor deseo? Después de cambiar unas pocas palabras con su compañera, respondió el hombre: —¡Quisiéramos ser tus sacerdotes! Concédenos la merced de guardar aquel templo. Y puesto que tantos años hemos vivido en plena armonía, haz que los dos muramos a la misma hora; de este modo no tendré yo que ver nunca la tumba de mi esposa querida, ni tendré que ser sepultado por ella. Su deseo fue realizado. Ambos fueron los guardianes del templo durante el resto de su existencia, y cuando un día, curvados bajo el peso de los años, se encontraban juntos ante las gradas del altar pensando en su maravilloso destino, de pronto vio Baucis a Filemón y Filemón a su Baucis transformarse en verde follaje y en torno a sus rostros levantáronse sendas umbrosas copas. —¡Adiós, querido! —¡Adiós, amada! —estuvieron repitiéndose mientras les quedó aún voz. Y así terminó la digna pareja, él metamorfoseado en roble, ella en tilo, y allí continúan juntos en la muerte, inseparables como lo fueron en vida. Son como dioses los que amaron a los dioses, y quien fue piadoso merece nuestro piadoso homenaje. En una colina del país de Frigia vive un roble milenario y, a su lado, un tilo de la misma edad; ambos están rodeados de un viejo muro. Algunas coronas penden de las ramas de la ve­cina pareja y no lejos de ella un lago pantanoso extiende sus aguas encharcadas. Lo que en otros tiempos fue tierra habitada, es ahora mansión de somorgujos y garzas. Un día llegaron a aquella comarca Zeus y su hijo Hermes, provisto éste de su ca­duceo, pero no del alado casco. Habían adoptado la figura hu­mana para poner a prueba la hospitalidad de los hombres; por eso llamaron a mil puertas en demanda de cobijo para la noche; pero el carácter de los habitantes era duro y egoísta, y los celes­tiales no hallaron acogida en ninguna parte. Pero he aquí que una diminuta cabana se levantaba en el extremo del pueblo, baja y reducida, con tejado de paja y cañas. Sin embargo, en ella moraba un matrimonio feliz, el anciano Filemón y su esposa Baucis, de igual edad que él. Allí habían visto transcurrir juntos la alegre juventud y allí habían encanecido a un tiempo sus cabellos. No ocultaban su pobreza y soportaban con buen ánimo su mezquina suerte, contentos y apa­cibles, unidos por un amor sincero, aunque sin hijos, compartiendo solos la humilde choza. Al acercarse las altas figuras de los dioses a la pobre cabana y cruzar, agachando la cabeza, la baja puerta, salióles al encuentro, con un cordial saludo, la honrada pareja. El anciano les ofreció un asiento que Baucis se apresuró a cubrir con toscas telas. La viejecita corrió al hogar y revolviendo las tibias cenizas en busca de un rescoldo, amontonó maderitas y ramillas y soplando débilmente avivó la llama de entre la humareda. Trajo luego leña partida y la puso bajo el pequeño caldero que colgaba encima del fuego. Entretanto, Filemón había ido al bien regado huerto por unas berzas, que mi mujer deshojó diligentemente y, descolgando luego con una horquilla de doble púa un lomo de cerdo ahumado que pendía del ennegrecido techo del aposento (lomo que llevaban mucho tiempo guardando para alguna ocasión solemne), cortó un buen pedazo y lo echó en el agua hirviendo. Para que a los forasteros no se les hiciera larga la espera, esforzándose en entretenerlos con una charla inocente. Además vertieron agua en el barreño de madera para que sus huéspedes pudiesen refrescar los pies. Con amable sonrisa aceptaron los dioses lo que tan amorosamente se les ofrecía, y mientras descansaban sus pies en el agua, sus buenos anfitriones les preparaban el diván. Ocupaba éste el centro de la habitación; el colchón estaba relleno de juncos, las patas y el armazón eran de mimbre; pero Filemón trajo tapices que sólo para días de fiesta se reservaban —¡ay! también eran ya viejos y gastados, a pesar de lo cual los divi­nos huéspedes se sentaron gustosos sobre ellos para saborear la comida, ya preparada. Pues entonces la viejecita. arregazada y con mano temblorosa, colocó la mesa de tres pies delante del diván y, viendo que no se sostenía con la debida firmeza, introdujo un casco debajo de la pata corta; luego perfumó la tabla frotándola con hierba buena y sirvió los manjares. Había aceitunas, cerezas silvestres de otoño, confitadas en un jugo espeso y transparente; achicoria, remolacha, un queso rústico y huevos cocidos al rescoldo. Todo lo sirvió Baucis en vasijas de loza; trajo luego un pintado jarro de alfarería y un bien tallado vaso de madera de haya, alisado interiormente con cera amarilla. No era ni muy añejo ni demasiadamente dulce el vino que trajo el honesto anfitrión. A continuación vinieron del hogar las viandas calientes; las copas fueron retiradas con el fin de dejar sitio para el postre. Fueron servidas nueces, higos y dátiles pasos, dos cestitas con ciruelas y aromáticas manzanas, y no faltaron tampoco uvas de la purpúrea parra; destacábase en el centro un blanco panal de miel. Pero la mejor salsa de la comida fueron sin duda las caras hospitalarias y bondadosas de los excelentes viejos, en las que se reflejaban la liberalidad y el candor. Mientras todos se recreaban saboreando las viandas y las bebidas, Filemón observó que, a pesar de que se llenaban una y otra vez las copas, el jarro nunca se vaciaba y el vino llegaba en todo momento hasta el borde. Entonces comprendió, con pasmo y sobresalto, a quiénes albergaba. Lleno de angustia, él y su anciana compañera rogaron a sus huéspedes, con los brazos levantados y bajada humildemente la mirada, que considerasen con benignidad aquel pobre convite y no se ofendieran por lo defectuoso del acogimiento. ¡Ah!, ¿qué podían ofrecer a los celestiales huéspedes? Pero, ¡sí! Fuera, en el pequeño corral, tienen una oca, la única; la sacrificarán en seguida. Salen ambos corriendo, pero el animal es más ligero que ellos; con chillidos y aletazos escapa al jadeante viejo, forzándole a correr en todas direcciones, hasta que por fin se mete en la casa y va a refugiarse detrás de los forasteros, como pidiéndoles protección. Y la protección le fue concedida; los invitados, saliendo al paso del celo de los ancianos, dijéronles con labios sonrientes: —¡Somos dioses! Para probar los sentimientos hospitalarios de los humanos descendimos a la Tierra. Vuestros vecinos se mostraron desalmados y no escaparán al castigo; en cuanto a vosotros, dejad esta casa y seguidnos a lo alto de la montaña, para no sufrir sin culpa la sanción que aguarda a los culpables. Los viejos obedecieron; apoyándose en sus bastones, emprendieron penosamente la subida del empinado monte. Faltábales aún un tiro de flecha para llegar a la cúspide, cuando, volviendo atrás los ojos, vieron toda la campiña convertida en un mar tumultuoso; de entre todos los edificios, sólo su casita emergía aún. Mientras contemplaban atónitos aquel espectáculo, deplo­rando la suerte de los demás, he aquí que la pobre y vieja ca­bana se transformó de pronto en un esbelto templo; sostenido sobre columnas, brillaba la dorada techumbre y el suelo era de mármol. Entonces Zeus dirigióse con semblante bondadoso a los viejos, que temblaban, y les dijo: —Decidme, tú, probo anciano, y tú, su digna esposa, ¿cuál es vuestro mayor deseo? Después de cambiar unas pocas palabras con su compañera, respondió el hombre: —¡Quisiéramos ser tus sacerdotes! Concédenos la merced de guardar aquel templo. Y puesto que tantos años hemos vivido en plena armonía, haz que los dos muramos a la misma hora; de este modo no tendré yo que ver nunca la tumba de mi esposa querida, ni tendré que ser sepultado por ella. Su deseo fue realizado. Ambos fueron los guardianes del templo durante el resto de su existencia, y cuando un día, curvados bajo el peso de los años, se encontraban juntos ante las gradas del altar pensando en su maravilloso destino, de pronto vio Baucis a Filemón y Filemón a su Baucis transformarse en verde follaje y en torno a sus rostros levantáronse sendas umbrosas copas. —¡Adiós, querido! —¡Adiós, amada! —estuvieron repitiéndose mientras les quedó aún voz. Y así terminó la digna pareja, él metamorfoseado en roble, ella en tilo, y allí continúan juntos en la muerte, inseparables como lo fueron en vida. Son como dioses los que amaron a los dioses, y quien fue piadoso merece nuestro piadoso homenaje.

catalán

En un turó de país de Frígia viu un roure mil·lenari i, al seu costat, un til·ler de la mateixa edat; tots dos estan envoltats d'un vell mur. Algunes corones pengen de les branques de la veïna parella i no lluny d'ella un llac pantanós estén les seves aigües embassades. El que en altres temps va ser terra habitada, és ara mansió de somorgujos i garses. Un dia van arribar a aquella comarca Zeus i el seu fill Hermes, proveït aquest del seu caduceu, però no de l'alat casc. Havien adoptat la figura humana per posar a prova l'hospitalitat dels homes; per això van trucar a mil portes en demanda d'aixopluc per a la nit; però el caràcter dels habitants era dur i egoista, i els celestials no van trobar acollida enlloc. Però vet aquí que una diminuta cabana s'aixecava a l'extrem de la vila, baixa i reduïda, amb teulada de palla i canyes. No obstant això, en ella habitava un matrimoni feliç, l'ancià Filemó i la seva dona Baucis, de la mateixa edat que ell. Allà havien vist transcórrer junts l'alegre joventut i allí havien encanudit a un temps els seus cabells. No ocultaven la seva pobresa i suportaven amb bon ànim la seva mesquina sort, contents i afables, units per un amor sincer, encara que sense fills, compartint sols la humil barraca.A l'acostar-se les altes figures dels déus a la pobra cabana i creuar, acotant el cap, la baixa porta, salióles a la trobada, amb una cordial salutació, l'honrada parella. L'ancià els va oferir un seient que Baucis es va afanyar a cobrir amb tosques teles. La velleta va córrer a la llar i remenant les tèbies cendres a la recerca d'un caliu, amuntegar fustetes i branquillons i bufant feblement avivar la flama d'entre la fumera. Va portar després llenya partida i la va posar sota el petit calder que penjava sobre de foc. Mentrestant, Filemó havia anat a el bé regat hort per unes cols, que la meva dona va desfullar diligentment i, despenjant després amb una forquilla d'doble pua un llom de porc fumat que penjava de l'ennegrit sostre de l'estança (llom que portaven molt de temps guardant per a alguna ocasió solemne), va tallar un bon tros i el va trobar a l'aigua bullint. Perquè als forasters no se'ls fes llarga l'espera, esforçant-se a entretenir-los amb una xerrada innocent. A més van abocar aigua al gibrell de fusta perquè els seus hostes poguessin refrescar els peus. Amb amable somriure van acceptar els déus el que tan amorosament se'ls oferia, i mentre descansaven els seus peus a l'aigua, els seus bons amfitrions els preparaven el divan.Ocupava aquest el centre de l'habitació; el matalàs estava farcit de joncs, les potes i la carcassa eren de vímet; però Filemó va portar tapissos que només per dies de festa es reservaven -ai! també eren ja vells i gastats, malgrat la qual cosa els divins hostes es van asseure gustosos sobre ells per assaborir el menjar, ja preparada. Doncs llavors la velleta. arregazada i amb mà tremolosa, va col·locar la taula de tres peus davant de l'divan i, veient que no se sostenia amb la deguda fermesa, va introduir un casc sota de la pota curta; després va perfumar la taula fregant-la amb herba bona i va servir les menges. Hi havia olives, cireres silvestres de tardor, confitades en un suc espès i transparent; xicoira, remolatxa, un formatge rústic i ous cuits a el caliu. Tot el va servir Baucis en atuells de pisa; va portar després un pintat gerro de terrissa i un bé tallat got de fusta de faig, allisat interiorment amb cera groga. No era ni molt vell ni demasiadamente dolç el vi que va portar l'honest amfitrió. A continuació van venir de la llar les viandes calentes; les copes van ser retirades per tal de deixar lloc per a les postres.Van ser servides nous, figues i dàtils passos, dues cistelletes amb prunes i aromàtiques pomes, i no van faltar tampoc raïms de la purpúrea parra; destacábase al centre un blanc bresca de mel. Però la millor salsa del menjar van ser sens dubte les cares hospitalàries i bondadoses dels excel·lents vells, en què es reflectien la liberalitat i el candor. Mentre tots es recreaven assaborint les viandes i les begudes, Filemó va observar que, tot i que s'omplien cop i un altre les copes, el gerro mai es buidava i el vi arribava en tot moment fins a la vora. Llavors va comprendre, amb esglai i sobresalt, a qui albergava. Ple d'angoixa, ell i la seva dona companya van pregar als seus hostes, amb els braços aixecats i baixada humilment la mirada, que considerin amb benignitat aquell pobre convit i no s'ofenguessin pel defectuós de l'acolliment. Ah !, ¿què podien oferir als celestials hostes? Però, sí! A fora, al petit corral, tenen una oca, l'única; la sacrificaran de seguida. Surten tots dos corrent, però l'animal és més lleuger que ells; amb xiscles i aletazos escapa a l'panteixant vell, forçant-li a córrer en totes direccions, fins que per fi es fica a la casa i va a refugiar-se darrere dels forasters, com demanant-los protecció.I la protecció li va ser concedida; els convidats, sortint a el pas el zel dels ancians, dijéronles amb llavis somrients: -Som déus! Per provar els sentiments hospitalaris dels humans vam descendir a la Terra. Els vostres veïns es van mostrar sense ànima i no escaparan a el càstig; pel que fa a vosaltres, deixeu aquesta casa i seguiu-a dalt de la muntanya, per no patir sense culpa la sanció que espera els culpables. Els vells van obeir; recolzant-se en els seus bastons, van emprendre penosament la pujada de l'empinat muntanya. Faltábales encara un tir de fletxa per arribar a la cúspide, quan, tornant enrere els ulls, van veure tot el camp convertida en un mar tumultuós; d'entre tots els edificis, només la seva caseta emergia encara. Mentre contemplaven atònits aquell espectacle, deplorant la sort dels altres, vet aquí que la pobra i vella cabana es va transformar de sobte en un esvelt temple; sostingut sobre columnes, brillava l'orada sostre i el terra era de marbre. Llavors Zeus dirigióse amb aspecte bondadós als vells, que tremolaven, i els va dir: -Digueu-me, tu, probo ancià, i tu, la seva digna esposa, quin és el vostre desig més?Després de canviar unes poques paraules amb la seva companya, va respondre l'home: -¡Quisiéramos ser els teus sacerdots! Doneu-nos la mercè de guardar aquell temple. I ja que tants anys hem viscut en plena harmonia, fes que els dos morim a la mateixa hora; d'aquesta manera no hauré jo a veure mai la tomba de la meva dona estimada, ni hauré de ser sepultat per ella. El seu desig va ser realitzat. Tots dos van ser els guardians de el temple durant la resta de la seva existència, i quan un dia, corbats sota el pes dels anys, es trobaven junts davant les grades de l'altar pensant en el seu meravellós destí, de sobte va veure Baucis a Filemó i Filemó a la seva Baucis transformar-se en verd fullatge i al voltant dels seus rostres van alçar-sengles ombrívoles copes. Adéu, estimat! -Adéu, estimada! -estuvieron repetint mentre els va quedar encara veu. I així va acabar la digna parella, ell metamorfosat en roure, ella a til·ler, i allà continuen junts en la mort, inseparables com ho van ser en vida. Són com déus els que van estimar als déus, i que va ser piadós mereix el nostre piadós homenatge. En un turó de país de Frígia viu un roure mil·lenari i, al seu costat, un til·ler de la mateixa edat; tots dos estan envoltats d'un vell mur.Algunes corones pengen de les branques de la veïna parella i no lluny d'ella un llac pantanós estén les seves aigües embassades. El que en altres temps va ser terra habitada, és ara mansió de somorgujos i garses. Un dia van arribar a aquella comarca Zeus i el seu fill Hermes, proveït aquest del seu caduceu, però no de l'alat casc. Havien adoptat la figura humana per posar a prova l'hospitalitat dels homes; per això van trucar a mil portes en demanda d'aixopluc per a la nit; però el caràcter dels habitants era dur i egoista, i els celestials no van trobar acollida enlloc. Però vet aquí que una diminuta cabana s'aixecava a l'extrem de la vila, baixa i reduïda, amb teulada de palla i canyes. No obstant això, en ella habitava un matrimoni feliç, l'ancià Filemó i la seva dona Baucis, de la mateixa edat que ell. Allà havien vist transcórrer junts l'alegre joventut i allí havien encanudit a un temps els seus cabells. No ocultaven la seva pobresa i suportaven amb bon ànim la seva mesquina sort, contents i afables, units per un amor sincer, encara que sense fills, compartint sols la humil barraca. A l'acostar-se les altes figures dels déus a la pobra cabana i creuar, acotant el cap, la baixa porta, salióles a la trobada, amb una cordial salutació, l'honrada parella.L'ancià els va oferir un seient que Baucis es va afanyar a cobrir amb tosques teles. La velleta va córrer a la llar i remenant les tèbies cendres a la recerca d'un caliu, amuntegar fustetes i branquillons i bufant feblement avivar la flama d'entre la fumera. Va portar després llenya partida i la va posar sota el petit calder que penjava sobre de foc. Mentrestant, Filemó havia anat a el bé regat hort per unes cols, que la meva dona va desfullar diligentment i, despenjant després amb una forquilla d'doble pua un llom de porc fumat que penjava de l'ennegrit sostre de l'estança (llom que portaven molt de temps guardant per a alguna ocasió solemne), va tallar un bon tros i el va trobar a l'aigua bullint. Perquè als forasters no se'ls fes llarga l'espera, esforçant-se a entretenir-los amb una xerrada innocent. A més van abocar aigua al gibrell de fusta perquè els seus hostes poguessin refrescar els peus. Amb amable somriure van acceptar els déus el que tan amorosament se'ls oferia, i mentre descansaven els seus peus a l'aigua, els seus bons amfitrions els preparaven el divan. Ocupava aquest el centre de l'habitació; el matalàs estava farcit de joncs, les potes i la carcassa eren de vímet; però Filemó va portar tapissos que només per dies de festa es reservaven -ai!també eren ja vells i gastats, malgrat la qual cosa els divins hostes es van asseure gustosos sobre ells per assaborir el menjar, ja preparada. Doncs llavors la velleta. arregazada i amb mà tremolosa, va col·locar la taula de tres peus davant de l'divan i, veient que no se sostenia amb la deguda fermesa, va introduir un casc sota de la pota curta; després va perfumar la taula fregant-la amb herba bona i va servir les menges. Hi havia olives, cireres silvestres de tardor, confitades en un suc espès i transparent; xicoira, remolatxa, un formatge rústic i ous cuits a el caliu. Tot el va servir Baucis en atuells de pisa; va portar després un pintat gerro de terrissa i un bé tallat got de fusta de faig, allisat interiorment amb cera groga. No era ni molt vell ni demasiadamente dolç el vi que va portar l'honest amfitrió. A continuació van venir de la llar les viandes calentes; les copes van ser retirades per tal de deixar lloc per a les postres. Van ser servides nous, figues i dàtils passos, dues cistelletes amb prunes i aromàtiques pomes, i no van faltar tampoc raïms de la purpúrea parra; destacábase al centre un blanc bresca de mel. Però la millor salsa del menjar van ser sens dubte les cares hospitalàries i bondadoses dels excel·lents vells, en què es reflectien la liberalitat i el candor.Mentre tots es recreaven assaborint les viandes i les begudes, Filemó va observar que, tot i que s'omplien cop i un altre les copes, el gerro mai es buidava i el vi arribava en tot moment fins a la vora. Llavors va comprendre, amb esglai i sobresalt, a qui albergava. Ple d'angoixa, ell i la seva dona companya van pregar als seus hostes, amb els braços aixecats i baixada humilment la mirada, que considerin amb benignitat aquell pobre convit i no s'ofenguessin pel defectuós de l'acolliment. Ah !, ¿què podien oferir als celestials hostes? Però, sí! A fora, al petit corral, tenen una oca, l'única; la sacrificaran de seguida. Surten tots dos corrent, però l'animal és més lleuger que ells; amb xiscles i aletazos escapa a l'panteixant vell, forçant-li a córrer en totes direccions, fins que per fi es fica a la casa i va a refugiar-se darrere dels forasters, com demanant-los protecció. I la protecció li va ser concedida; els convidats, sortint a el pas el zel dels ancians, dijéronles amb llavis somrients: -Som déus! Per provar els sentiments hospitalaris dels humans vam descendir a la Terra.Els vostres veïns es van mostrar sense ànima i no escaparan a el càstig; pel que fa a vosaltres, deixeu aquesta casa i seguiu-a dalt de la muntanya, per no patir sense culpa la sanció que espera els culpables. Els vells van obeir; recolzant-se en els seus bastons, van emprendre penosament la pujada de l'empinat muntanya. Faltábales encara un tir de fletxa per arribar a la cúspide, quan, tornant enrere els ulls, van veure tot el camp convertida en un mar tumultuós; d'entre tots els edificis, només la seva caseta emergia encara. Mentre contemplaven atònits aquell espectacle, deplorant la sort dels altres, vet aquí que la pobra i vella cabana es va transformar de sobte en un esvelt temple; sostingut sobre columnes, brillava l'orada sostre i el terra era de marbre. Llavors Zeus dirigióse amb aspecte bondadós als vells, que tremolaven, i els va dir: -Digueu-me, tu, probo ancià, i tu, la seva digna esposa, quin és el vostre desig més? Després de canviar unes poques paraules amb la seva companya, va respondre l'home: -¡Quisiéramos ser els teus sacerdots! Doneu-nos la mercè de guardar aquell temple.I ja que tants anys hem viscut en plena harmonia, fes que els dos morim a la mateixa hora; d'aquesta manera no hauré jo a veure mai la tomba de la meva dona estimada, ni hauré de ser sepultat per ella. El seu desig va ser realitzat. Tots dos van ser els guardians de el temple durant la resta de la seva existència, i quan un dia, corbats sota el pes dels anys, es trobaven junts davant les grades de l'altar pensant en el seu meravellós destí, de sobte va veure Baucis a Filemó i Filemó a la seva Baucis transformar-se en verd fullatge i al voltant dels seus rostres van alçar-sengles ombrívoles copes. Adéu, estimat! -Adéu, estimada! -estuvieron repetint mentre els va quedar encara veu. I així va acabar la digna parella, ell metamorfosat en roure, ella a til·ler, i allà continuen junts en la mort, inseparables com ho van ser en vida. Són com déus els que van estimar als déus, i que va ser piadós mereix el nostre piadós homenatge.

Traductor.com.ar | ¿Cómo utilizo la traducción de texto español-catalán?

Asegúrese de cumplir con las reglas de redacción y el idioma de los textos que traducirá. Una de las cosas importantes que los usuarios deben tener en cuenta cuando usan el sistema de diccionario Traductor.com.ar es que las palabras y textos utilizados al traducir se guardan en la base de datos y se comparten con otros usuarios en el contenido del sitio web. Por esta razón, le pedimos que preste atención a este tema en el proceso de traducción. Si no desea que sus traducciones se publiquen en el contenido del sitio web, póngase en contacto con →"Contacto" por correo electrónico. Tan pronto como los textos relevantes serán eliminados del contenido del sitio web.


Política de Privacidad

Los proveedores, incluido Google, utilizan cookies para mostrar anuncios relevantes ateniéndose las visitas anteriores de un usuario a su sitio web o a otros sitios web. El uso de cookies de publicidad permite a Google y a sus socios mostrar anuncios basados en las visitas realizadas por los usuarios a sus sitios web o a otros sitios web de Internet. Los usuarios pueden inhabilitar la publicidad personalizada. Para ello, deberán acceder a Preferencias de anuncios. (También puede explicarles que, si no desean que otros proveedores utilicen las cookies para la publicidad personalizada, deberán acceder a www.aboutads.info.)

Traductor.com.ar
Cambiar pais

La forma más fácil y práctica de traducir texto en línea es con traductor español catalán. Copyright © 2018-2022 | Traductor.com.ar